ARTICULO - La Salida de una carrera, ese ingrávido momento

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ARTICULO - La Salida de una carrera, ese ingrávido momento

Mensajepor moriwoki » 06 Ago 2011 13:59

Hola a todos.

Lo he publicado en mi blog. Os lo paso para todo aquel que le apetezca unos minutos de lectura motociclista, algo de literatura de la moto.
Como en otras ocasiones en las que el texto se extiende, dejo aquí una parte y coloco el enlace para el que quiera continuar con la lectura.

Espero que os guste su lectura.


LA SALIDA, ESE INGRÁVIDO MOMENTO




Los buenos pilotos, lo pilotos punteros, viven con toda su intensidad esa lucha por ser el primero y, si lo logran posteriormente, disfrutan con el manido tópico de las mieles del triunfo. Sí, así es y así ha sido a lo largo de la historia.
Sin embargo ellos, los primeros, no sólo no son los únicos que viven con toda la intensidad las eléctricas sensaciones que transmite una carrera, sino que tampoco son conscientes del inédito espectáculo que se pierden estando ahí delante, en la pole o en la primera línea. Los que salimos desde atrás disfrutamos de una privilegiada posición que nunca podrá apreciar alguien que no se haya visto, si siquiera por una vez, en ese atrasado lugar.
Voy a tratar de describir lo que yo mismo sí he vivido en unas cuantas e inolvidables ocasiones.

Vuelta de reconocimiento.

Ya se ha perdido el ceremonioso protocolo con el que todos nos tomábamos antaño, hace décadas, este trance. Guardábamos el motor del monocilíndrico con una bujía “caliente” en un régimen intermedio durante esa vuelta protagonizada, normalmente, por el nerviosismo: No podíamos pasearnos porque se engrasaba, pero tampoco nos podíamos alegrar abriendo el gas porque podíamos a hacer un agujero en el pistón. Ahora es muy diferente.

Doy esa vuelta de reconocimiento que en muchas ocasiones representa más un tanteo entre los rivales que otra cosa. Tira y aflojas, una pasada por la curva casi al ritmo de marcar tiempo y en la siguiente el ajeno transitar con la mano sobre el regazo, como si la anterior no hubiera significado ni más ni menos esfuerzo que la más lenta. Al llegar de nuevo a la parrilla aún me encuentro con una pequeña multitud pululando sobre el asfalto. Me detengo y alguien tira de la moto para dejarla anclada sobre los caballetes mientras poso mis pies sobre las estriberas. A los pocos segundos, una persona de alguna manera acreditada se pasea entre las motos haciendo un aspaviento continuo de sus antebrazos, cruzándolos y cortando el aire con las palmas de las manos mirando al suelo. Poco a poco el brutal estruendo de los motores va enmudeciendo hasta instalarse sobre la parrilla un sonoro silencio. Sí, se trata de un silencio muy particular que se siente con el sonido que se escucha, por ejemplo, bajo una catenaria de 25.000 voltios.

Una voz amiga me dicta unas palabras al oído con el último consejo, el último empujón verbal que ya no oigo, acompañado de una palmada en el hombro que ya no siento. Estoy ocupado, mis rivales y yo estamos ocupados en esos momentos regulando los nervios a la tensión justa: Ni tanta que atenacen y hagan torpes tus sentidos, ni tan escasa como para alejarte, para mantenerte ausente en un momento tan electrizante. Sí, la tensión exacta para mantener esa concentración que coordine con precisión milimétrica cada movimiento a partir del momento clave que se avecina.

Una voz que sí llega a mis oídos me acerca más a ese momento. Una voz que grita repitiendo una frase nacida en los cuadriláteros pugilísticos y que en la parrilla de salida suena como los clarines anunciando la inminente aparición del morlaco en el ruedo.

¡Mecánicos fuera. Mecánicos fuera!

Llega la Hora de la Verdad: mis compañeros de viaje y el que os lo cuenta nos quedamos absolutamente solos sobre el asfalto. A partir del instante en el que el último asistente desaparece con todos sus cachivaches a cuestas, se establece una insólita intimidad, un sentimiento colectivo semejante al que se fragua entre los pasajeros de una montaña rusa mientras su tren de carritos escala lentamente la rampa inicial.

Estamos solos y veo a mis rivales delante de mí como pasajeros de una nave colocada en la pista de despegue.
Un cartel con un rótulo, “1 Minuto”, se pasea por delante de nosotros y el escenario cambia de cariz, aun guardando exactamente la misma imagen. El semblante del circuito se vuelve feroz con el rugido a coro de los veintitantos motores rompiendo ese silencio que amasaba una densa atmósfera de inquietud, de temor sostenido y de una incertidumbre justo al mismo borde de lo soportable.

Otro cartel, “30 Segundos”, cruza en nuestro frente y los nervios desbordantes de algunos comienzan a dejarse notar. La pierna que baila con la punta de la bota sobre la estribera, el puño derecho que gira convulsivamente sobre el gas, el tronco que se echa sobre el depósito para luego incorporarse y mirar arriba, al cielo, por un instante, y el más extendido de todos: describir círculos con la cabeza, rotando todo lo que el cuello da de sí. Giros que provocan un dinámico cromatismo con la viveza que dibujan las imágenes de cada casco. También otro gesto oculto en el reducto más íntimo: Los párpados batiendo tras la pantalla transparente como las alas de un colibrí.

Una bandera abre la pista, aunque no alcanzo a ver quién la sostiene, sólo lo intuyo delante de todos nosotros. Arrancamos en una hilera obligatoria, reteniendo el ímpetu lo justo para no atropellarnos unos a otros e iniciamos la vuelta de calentamiento ya sin contemplaciones, a un ritmo que sirve de prólogo perfecto a lo que está a punto de desatarse. La vuelta transcurre en una vertiginosa formación justo hasta el abordaje de la última curva, en la que se reduce drásticamente la marcha para volver al tono pausado y protocolario…, pero sabemos ya que es por muy poco tiempo.


CONTINÚA EN...

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En la primera era de la humanidad superior se consideraba como la virtud más aristocrática la valentía; en la segunda, la justicia; en la tercera, la moderación; en la cuarta, la sabiduría. ¿En qué era vivimos nosotros? Friedrich Nietzsche

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